Valentina, Diego y Emilia eran primos y mejores amigos.

Lo que más les gustaba hacer cuando se juntaban en las vacaciones era ir a rodar por las dunas.

Cada uno tenía su propia técnica. Valentina cruzaba los brazos y las piernas.

Valentina: ¡Cuidado abajo¡

Diego levantaba los brazos y estiraba bien, bien, las piernas.

Diego: ¡Allá voy¡

Emilia era desordenada. Ella llegaba y se tiraba.

Emilia: ¡Yujuuuu¡

Duna que veían, duna que se tiraban. Por eso, cuando se enteraron que en Las Cruces había unas dunas gigantes no tardaron dos minutos en pedirles a sus mamás y papás que les llevaran a conocerlas.

¡Las dunas de Gota de Leche eran impresionantes¡

Diego y Emilia fueron los primeros en tirarse.

Valentina: A la una… a las dos… ¡a las tres¡

(aquí habrá que buscar algún sonido como de rodar o algo similar que de la noción que se están tirando)

Emilia y Diego partieron duna abajo rapidísimo. Mientras giraban, la arena saltaba para todos lados y los envolvía.

Valentina: La ganadora fue… ¡Emilia¡ Ahora me toca a mí con Diego.

Emilia: Uno… Dos… ¡Tres¡

(sonido de rodar)

Diego bajó con una técnica impecable, pero Valentina pareció frenarse a mitad de camino.

Emilia: ¡Ganó Diego¡

Valentina: ¡Ouchi¡ Es que me clavé algo.

Diego: ¡Aaahhh¡ Lo dices porque te gané nomás.

Valentina: No, si es verdad, mira.

Valentina que aún estaba en el suelo se levantó y recogió de la arena un pedacito de algo blanco.

Diego: ¿Qué es esto? Parece un pedacito de concha de un caracol marino, o algo así.

Valentina: No puede ser, si hasta aquí no llegan los caracoles.

Emilia: Miren, parece que hacia allá hay más…

Como detectives, siguieron un rastro de pedacitos blancos que había en la arena hasta llegar a una gran montaña que estaba llena de elementos parecidos. Había tantos pedacitos que la duna completa estaba blanca. Era ¡un conchal¡

Empezaron a levantar las diferentes conchas que encontraban. Había algunas rotas, otras que estaban enteras. Las había de diferentes animales.

Valentina: ¡Miren¡ Esto es una concha de loco. Diego, tenías razón. Son conchas de animales marinos. ¿Cómo llegaron hasta acá?

Diego pensaba que habían sido ratones quienes lo habían hecho. Valentina creía que una ola gigante las había dejado ahí. Emilia pensaba que un viento fuerte las sacó del mar.

Pero la verdad, la explicación era mucho más antigua.

Los restos de locos, lapas, machas y otros animales marinos que ahora cubrían la duna de blanco eran pistas de algo que había ocurrido hace muchísimos años atrás ¿Te imaginas qué pudo haber sido?

Emilia: ¿Y si fueron personas que dejaron las conchas aquí?

Valentina: ¡Seguro se las comieron y dejaron los restos¡

¡Qué trío más imaginativo e inteligente¡ Aunque no tenían cómo saberlo, en sus manos habían conchas que pertenecían a animales hacía más de mil años atrás y que habían sido alimento de grupos indígenas que habitaban el lugar. A esas personas les gustaba comer mariscos que ellos mismos recolectaban.

Diego: ¡Como yo, que como machas¡ – reconoció Diego

Con su imaginación, los niños lograron recrear el pasado. Hacían mímicas de los animales. Se imaginaban recolectando mariscos, atrapando su propia comida. Tomaban las conchas y se las pasaban entre sí, jugando a que compartían un almuerzo marino.

Los tres primos esa tarde olvidaron sus carreras, y con justa razón, tenían frente a ellos un hallazgo increíble. Habían descubierto un verdadero tesoro del pasado.

Y aunque aún es un misterio… ¿cómo te imaginas que era la vida de estos pueblos del pasado?